Inesperadamente, la conoció en una pequeña librería de Puerto Montt. Nunca pidió que sucediera algo, sin embargo, el desencanto del viaje junto a su esposa, lo asfixió de sobremanera. Los días pasaron fantasmagóricamente entre tonalidades ocres y melancolías campestres.
Una vez vuelto a la legendaria villa mediterránea, susurró sin saber que fue de la cautiva patagónica. Prestó sentarse entre páginas nomencladas y barbitúricos vencidos, imaginándose el aroma frente al mar.
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